30 jun 2015
Photo credit: josemanuelerre via photopin cc
El miedo es una de nuestras emociones básicas. Al tratarse de una emoción que genera elevados niveles de malestar, se suele considerar como un enemigo ante el cual hay que luchar. Sentir miedo a veces es interpretado como señal de debilidad o cobardía, genera impotencia y nos hace sentir vulnerables. El problema es que cuánto más luchamos contra él, cuanto más intentamos eliminarlo a toda costa o ignorarlo, sigue apareciendo de forma insidiosa y, a veces, en el momento más inesperado. En este punto vale la pena preguntarnos, ¿el miedo es malo?
Durante la era del hombre de las cavernas, el miedo era un elemento esencial y fundamental para la supervivencia. Servía al hombre para alertarle de algún peligro inminente y ponerse en marcha para sobrevivir. Desde este punto de vista, podríamos concluir que el miedo es, como mínimo, útil. Pero entonces, ¿Por qué en la actualidad (según la OMS) los trastornos relacionados con el miedo como la ansiedad, los ataques de pánico, las fobias o las obsesiones, afectan aproximadamente a un 15% de la población y constituyen uno de los primeros motivos de consulta psicológica?
El problema aparece cuando esta emoción natural y útil genera una reacción excesiva que bloquea a la persona. El miedo se trata de una señal de alarma que no conviene ignorar, pero cuando este sistema de alarma no está bien regulado, se pone en marcha ante estímulos que nosotros interpretamos como amenazantes, pero que no tienen por qué poner en peligro nuestra integridad física. Se cae así en la trampa del miedo.
El hombre ha evolucionado mucho desde la era de las cavernas y es precisamente esta evolución la que ha jugado en nuestra contra. Hemos dejado de tener al miedo como un aliado y hemos pasado a considerarlo un enemigo. Es nuestra capacidad humana de anticipar, de pensar en lo que puede suceder, lo que nos acaba atrapando. Nuestra mente es capaz de modificar la manera en la cual percibimos la realidad, convirtiéndola en un lugar altamente amenazante y generándonos el malestar y el sufrimiento que ello conlleva. El fóbico que teme, por ejemplo, a las arañas, sabe que es un miedo irracional, pero no por ello sufre menos, al contrario, sufre más.
Y cuando el miedo deja de ser útil y se convierte en una respuesta patológica, ¿qué podemos hacer? La mejor estrategia para dejar de tenerle miedo a algo es afrontarlo. Dar un paso hacia delante a pesar de tener miedo, es la mejor forma de alimentar la confianza y la sensación de capacidad. El miedo señala nuestras limitaciones y carencias. Preparémonos para afrontarlo y así superar la trampa, dejar de anticipar lo que puede ocurrir y comprobar por nosotros mismos, como prueba de realidad, que ante aquello, no hay nada que temer.
Adriana Larrañaga Mendoza.
Psicóloga General Sanitaria de CALM Psicología.
@psicolarra / psicolarra@gmail.com
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