01 oct 2015
Photo credit: Francisco Alvarez Bao
La pasividad suele surgir de una frase o de un pensamiento que nos frena ante la idea de hacer algo. Uno se vuelve pasivo en el momento en que se detiene porque piensa que no puede ir más allá. Puede darse en diferentes grados, aplazando sólo determinadas actividades o siempre la misma, o incluso, en los casos más graves, puede convertirse en un estilo de vida donde realizar cualquier actividad se convierte en un reto inalcanzable. Suele ir acompañada de un bajo estado de ánimo ya que la persona no consigue movilizarse o motivarse para realizar ninguna actividad por gratificante que sea.
La inactividad puede llevarnos a un círculo vicioso de difícil salida, donde a corto plazo el “ya lo haré mañana” nos hace sentirnos aliviados, cómodos y tranquilos, pero donde a largo plazo aumentan los sentimientos de malestar y de culpa por no habernos enfrentado al problema, quedándose este pendiente de resolver. El no hacer nada nos hace sentirnos tristes e inútiles, y esto a su vez hace que no nos apetezca hacer nada, y así sucesivamente. Se puede acabar incluso interpretando este estilo de vida como parte de nuestra forma de ser, lo que hace más difícil cambiarlo.
Para acabar con el aplazamiento y la inactividad es necesario comenzar con pequeños, pero valiosos pasos:
Algunos ingredientes necesarios para seguir los pasos y romper el círculo vicioso son: fuerza de voluntad, apoyo social, positividad, motivación, confianza, disciplina, buscar los recursos necesarios, prestar atención al lado positivo del cambio y, en definitiva, hacer la vida menos aburrida.
Siguiendo los pasos y añadiendo unos cuantos gramos de estos ingredientes se empezará a hacer cosas gratificantes que proporcionen satisfacción y mejoren el estado de ánimo, lo que promoverá que se hagan más actividades, y se salga progresivamente del círculo vicioso.
Adriana Larrañaga Mendoza.
Psicóloga General Sanitaria de CALM Psicología.
@psicolarra / psicolarra@gmail.com
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