16 abr 2015
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“Por la ignorancia nos equivocamos, y por las equivocaciones aprendemos”. Proverbio Romano.
¿Qué utilidad tienen los errores? ¿Tiene sentido aprender de ellos? Los errores nos proporcionan una gran cantidad de información y suponen una experiencia de aprendizaje que en muchas ocasiones no aprovechamos, o ni siquiera percibimos, por encontrarse contaminada de emociones negativas e interpretaciones irreales.
Para empezar a aprender a través de los errores, lo primero que debemos hacer es re-definir su concepto. Habitualmente se considera equivocarse como sinónimo de fracasar. Interpretarlo de esta forma implica que equivocarse sólo constituye una pérdida de tiempo y de energía. En realidad, un error lo que significa es que algo no ha funcionado (resultado negativo) pero no tiene que significar necesariamente que no hay nada más que hacer (fracaso). Benjamin Franklin decía: “no he fracasado, he encontrado diez mil soluciones que no funcionan”. La función específica del error es darnos información de que ese no es el camino. Así, lo entenderemos de forma constructiva, como un resultado negativo, no deseado o inesperado, pero resultado al fin y al cabo.
La aplicabilidad de todo esto recae en que, si yo dejo de ver el error como un fracaso y empiezo a verlo (aunque sea forzosamente) como un resultado negativo, estaré más dispuesto a buscar otras maneras de hacer, que me lleven a resultados positivos. Si yo sólo lo vivo como un fracaso, no buscaré maneras alternativas de “volver a fracasar”. La conceptualización lo cambia todo: cómo lo vivo, cómo lo siento y cómo me motivo para cambiar o rectificar.
Otro aspecto importante a tener cuenta para aprender de los errores, es prestar atención a cómo gestionamos una equivocación, es decir, cómo continuamos con nuestra vida después de un error. Lo primero que aparece después de equivocarnos son una serie de emociones naturales y esperables, tales como vergüenza, culpa, frustración, tristeza, entre otras. Para no instalarnos en la queja y no quedarnos enganchados con ellas, el proceso consistirá en identificarlas, aprender a manejarlas y recolocarlas en nuestro día a día.
Si somos total o parcialmente responsables del error hay que saber admitirlo, realizando un ejercicio de humildad y teniendo capacidad de auto-crítica con un objetivo de mejora y de crecimiento personal. Hay que reconocer la universalidad de los errores, es decir, no hay nadie perfecto, por ello no hay que ser ni demasiado crítico con los otros, ni demasiado exigentes con nosotros mismos puesto que, errar, forma parte de la naturaleza humana. Por último, nos pondremos manos la obra: diseñaremos un plan o estrategia para corregir los daños, y si no hay manera de revertirlos (que no siempre la hay) se deberá poder aceptar con dignidad, madurez y responsabilidad las consecuencias de los actos.
En definitiva, lo importante es intentar extraer todo el aprendizaje posible de nuestras experiencias pasadas, para trabajar en el hoy y construir el mañana que deseamos.
Adriana Larrañaga Mendoza.
Psicóloga General Sanitaria de CALM Psicología.
@psicolarra / psicolarra@gmail.com
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