11 dic 2014
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Todos conocemos de sobras las emociones negativas. El miedo, la ira, la tristeza, la angustia parece que forman parte ineludible de nuestro día a día, y si nos parásemos a pensar, seguro que encontraríamos con facilidad ejemplos de situaciones en las que las hemos sentido. ¿Pero qué pasa con las emociones positivas? ¿Por qué no se les presta tanta atención? ¿Nos resultaría tan fácil como con las emociones negativas encontrar ejemplos en las que las hayamos sentido? Las respuestas a estas preguntas pasan por varias cuestiones.
Por una parte está lo social, es decir, actualmente en nuestra sociedad, con mucha frecuencia se interpreta el hecho de manifestar que sentimos emociones positivas como felicidad, gratitud, satisfacción u orgullo de nosotros mismos, como un acto arrogante o prepotente, sin embargo manifestar que uno está triste, angustiado o enfadado se acepta con más facilidad e incluso en estos tiempos de crisis con un “Ya, como todos”. Vale la pena pararse a reflexionar sobre ello.
Por otro lado, y desde un punto de vista más biológico, las emociones negativas se codifican a nivel cerebral con mayor intensidad, generando una huella de memoria duradera. En realidad esto es, y ha sido así a lo largo de nuestra historia, por una cuestión de supervivencia. Más le valía al hombre prehistórico grabar muy bien en su memoria que debía tenerle miedo y huir de aquel animal que no conocía y estaba dispuesto a atacarle, porque sino la próxima vez que se lo encontrase le mataría. El problema es que este sistema de codificación está obsoleto y en nuestro día a día ya no se trata de un animal peligroso sino de mi jefe, el informe sin acabar, la mala palabra de mi pareja por la mañana o cualquier otro ejemplo. Las emociones positivas por su parte se codifican con menor intensidad y no sólo eso, sino que además hay algunas de ellas que interpretamos y asumimos que sentirlas es “lo normal” y las codificamos como algo neutral, sin darles importancia ignorando su efecto y beneficio.
A raíz de todo esto, me gustaría repasar y enfatizar los beneficios que nos proporcionan las emociones positivas, de la misma forma que se ha descrito infinidad de veces los efectos perjudiciales que tiene para nosotros el sentir de forma crónica determinadas emociones negativas como la angustia (estrés).
Según un estudio de Fredrickson (2001), las emociones positivas proporcionan beneficios importantes. Por una parte, amplían las posibilidades de pensamiento y acción en las personas favoreciendo un pensamiento más creativo, flexible y eficiente. Experimentar emociones positivas reduce la intensidad de las negativas. Este efecto amortiguador contribuye a recuperarnos de una forma más rápida y eficiente de situaciones de estrés (resiliencia). Protegen de los efectos del estrés contribuyendo a preservar nuestra salud. Y por último, compartir experiencias positivas con otros genera bienestar en el momento y favorece el establecimiento de vínculos duraderos. La persona que siente alto afecto positivo está más dispuesta a ayudar a los demás y a implicarse en tareas cooperativas.
Adriana Larrañaga Mendoza.
Psicóloga General Sanitaria de CALM Psicología.
@psicolarra / psicolarra@gmail.com
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