18 mar 2015
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Para lograr nuestras metas, ilusiones y objetivos debemos saber manejar situaciones de todo tipo, incluso aquellas que nos llevan a nuestros límites produciendo un elevado nivel de frustración. Cuando estamos sometidos a una fuerte presión nuestros recursos para adaptarnos disminuyen y en algunas ocasiones perdemos el mundo de vista dejándonos llevar por nuestras emociones y actuamos de forma impulsiva. Cuando actuamos así somos menos reflexivos, no vemos las consecuencias de nuestros actos y perdemos de vista nuestro propósito. Los resultados de actuar en caliente suelen tener consecuencias negativas generando nuevos problemas. Finalmente esto genera más frustración por no haber solucionado la situación de forma práctica y controlada.
Es importante que podamos detectar cuáles son nuestras fuentes de frustración para aprender a controlarlas, lo cual no significa evitarlas. Es necesario aceptar el malestar. En muchas ocasiones uno pierde el control cuando quiere dejar de sentir la emoción que siente. Para entenderlo pongamos un ejemplo: imaginemos que nuestra vida es una piscina. Si yo voy nadando por la piscina, en ésta a veces hay boyas, en algunos momentos más, en otros menos, más grandes o más pequeñas. Aunque a veces me van a dificultar el paso, puedo nadar entre ellas. Intentar hundir las boyas (evitar) para que me dejen paso, es agotador (físicamente) y frustrante (mentalmente) porque en cuanto dejo de hundirlas, en cuanto me canso de luchar contra ellas (frustración), éstas siempre vuelven a salir a flote pero con mucha más fuerza e ímpetu que inicialmente (pérdida del control). Las boyas pueden ser ansiedad, miedo, un dolor físico, incomprensión, incerteza, etc. A esos puntos de malestar a veces debo permitirles que estén allí, no intentar hundirlos, simplemente dejar que existan y aunque me molesten, como una boya, lo rodeo y procuro seguir nadando. Aceptar, frustra menos que intentar eludir la realidad.
Para detectar y no evitar, es útil desarrollar y potenciar la autoconciencia, habilidad práctica de la inteligencia emocional. No es una función tan simple y directa como pudiera parecer a primera vista, y menos respecto a nuestras emociones. Si digo, por ejemplo, que estoy enfadado, quizás lo esté, pero puede que me equivoque; puede que en realidad tenga miedo, esté celoso, o sienta las dos cosas. ¿Cómo tener una conciencia exacta de lo que nos está pasando (en el cuerpo) y qué estamos sintiendo (en la mente)? La clave de la autoconciencia está en saber sintonizar con la abundante información de la que disponemos sobre nosotros mismos (sensaciones, sentimientos, valoraciones, intenciones y acciones). Hay que prestar atención a las manifestaciones físicas (respirar con dificultad, tensión, fatiga, etc.) y a las manifestaciones cognitivas (falta de concentración, bloqueo, olvido, confusión, etc.), para ser capaces de describir nuestro cuerpo y nuestra mente con vívido detalle. Una vez tengo identificadas las fuentes de frustración y las emociones que me generan, la siguiente habilidad a poner en práctica es el autocontrol, la cual tiene por objetivo gestionar la emoción con conductas más ajustadas, aunque esto implique hacer cambios a los que no estemos acostumbrados.
Adriana Larrañaga Mendoza
Psicóloga General Sanitaria de CALM Psicología.
@psicolarra / psicolarra@gmail.com
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